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Ni izquierda ni derecha.

  • MICHAEL SAPORTAS
  • 20 nov 2018
  • 4 Min. de lectura

Con los resultados de las recientes elecciones presidenciales me ha quedado una amplia incertidumbre de cara al futuro de nuestro pueblo latinoamericano.

Vi como eligieron a la derecha por querer despreciar a la izquierda en Sudamérica, mientras que por otro lado en México, Manuel Lopez Obrador (Amlo), ganaba la presidencia con el empuje de una sociedad que se cansó del tradicionalismo manchado de corrupción y narcotráfico. En Brasil, Jair Bolsonaro logró triunfar pese a no tener una buena

reputación y caracterizarse por sus discursos racistas y hasta homofóbicos, además con

la ventaja de tener como rival a un simpatizante comunista. Hay una problemática oculta de la que no muchos se han percatado debido a el furor de los medios elitistas y esa es la exaltación de la derecha, como cuan héroes fuesen, como si estos no fueran también capaces de levantar dictaduras contra su propio pueblo. Es que no se trata de estar de un lado o del otro, los malos gobernantes someten, perpetran crímenes, adoctrinan masas, si, así como Nicolás Maduro, Hugo Chávez, Fidel Castro, Juan Domingo Perón, presidentes que la historia ha condenado como villano por sus desastrosos mandatos plagados de sangre y descontento social, no olvidemos que también tenemos del otro lado a personajes como Augusto Pinochet, bajo su poder en Chile, desaparecieron más de tres mil personas y otras cuarenta mil resultaron victimas. Y no dejemos de lado a Alberto Fujimori en Perú, hoy condenado por escandalosos cargos de corrupción y violación a los derechos humanos.

Los medios masivos de comunicación han hecho de nuestra cultura un desastre, porque

depende de una parte de esta a quien elijamos para representarnos. Las imposiciones que se les inculca a las personas a través del ocio en la televisión, hace que de alguna

manera, aquellos que no tengan suficiente acceso a la educación, terminen guiándose a

las garras de la manipulación. Programas ignominiosos como La Rosa de Guadalupe se

encargan de defender estigmatices sociales, y más tarde se convierte este en el

escudo de la afrenta política para imponerse como los defensores de los buenos valores;

una moral disfrazada. Esto hace difícil generar cambios, pues cuando salen a la luz

nuevos ideales, otras formas de ver el mundo, de dirigirse hacia otras salidas, entonces

aparece la turba de seguidores enfurecidos que finalmente se convierten en los entes sumisos de la clase política corrupta. En Colombia han exaltado tanto la violencia dando fama a sicarios y narcotraficantes que parece ya un trabajo imposible hallar una sociedad pacifica. Los resultados de las elecciones este 2018 fueron claros, es el contraste de un país que ha sido persuadido por años. La ultra derecha se ha convertido en una dictadura a las espaldas de sus propios seguidores, quienes fueron engañados con el fantasma de una izquierda que presuntamente nos iba a convertir en Venezuela. Es que nadie les dijo que la derecha también se amaña en el poder y que también puede hacer daño. Al parecer no se les hace fácil entender que no importa el lado donde pongan a un dirigente, esto solo genera divisiones. Se han tomado la tarea de demonizar a los opositores del tradicionalismo como simpatizantes del comunismo y utilizan la desgracia ajena del país vecino para sacar provecho. Les han hecho creer que han venido al rescate, la cura a ese feroz miedo que muestran los noticieros. Ahora vemos los resultados, un senador conocido por amenazar periodistas durante su ex gobierno, en el cual abundaron las desapariciones y por supuesto, falsos positivos que fueron necesarios para ganarse el voto popular por segunda vez. Ha llegado tan lejos este adoctrinamiento que sus simpatizantes compaginan con sus ideales de violencia para acabar con la guerra, sin saber ellos que esta misma comenzó con las injusticias de los dirigentes del estado y que eso no ha cambiado. Todo indica que dicha sed de sangre corresponde en cierta parte a los desvaríos de nuestra cultura y lo que exponemos como entretenimiento y ,en otra, a la falta de un sistema educativo digno.

Latinoamérica está atravesando tiempos difíciles. La crisis educativa se agudiza cada día más con los nuevos gobiernos, aquellos solo han mostrado una descarada indiferencia frente a esta problemática. En 2011 Chile vivió un año extensamente agitado en cuanto a protestas estudiantiles. Miles de jóvenes marcharon contra las nuevas estrategias neoliberales que en ese tiempo estaban buscando favorecer la privatización de las universidades. El gobierno reprimió las expresiones pacifistas, tal como ha venido pasando en Colombia. Los medios se encargaron de tachar las manifestaciones como actos criminales cuando estas se empezaron a desarrollar masivamente y con mayor frecuencia debido a la poca disposición que recibían para entablar diálogos.

Un estudiante identificado como Manuel Gutierrez, fue asesinado por un carabinero.

Sin embargo, su caso se fue exiliando al olvido luego de ya ocho años cumplidos del

suceso. Lastimosamente las pancartas, bailes, gritos, y cantos no fueron suficientes para frenar este atropello. Actualmente no existe la educación pública para los chilenos, logró

imponerse como un privilegio.

Aseguro que la salida a estas dificultades sociales se encuentra precisamente en cambios culturales. Ese proceso debe venir en la responsabilidad de las nuevas generaciones.

Afortunadamente en la actualidad existe una nueva forma de hacer política en desarrollo que no merece las imposiciones ideológicas en la cual la opinión publica suele referirse.

Algunos han demostrado que se puede gobernar con consciencia, menos represión y abuso. Pepe Mujica logró exaltar de su pensamiento el respeto por el otro, por la diferencia, los derechos por encima de cualquier otra cosa, abandonó ese moralismo dogmático presuntamente correcto para la mayoría. Hizo consciente a Uruguay sobre los daños que hacen las multinacionales al medio ambiente, lo que está ocasionando el consumismo con nuestro ser, llevándonos a actuar como máquinas y no como seres humanos.

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